El 8 de diciembre (festividad de la Inmaculada), en tiempos de aquella terrible dictadura franquista ( que lo era en muchos aspectos, no pienso negarlo aquí ni nunca ) y el último domingo de mayo, ahora en Europa y en la democracia que nos ha correspondido, las escuelas y principalmente la industria mercantil del país recuerdan a la progenitora de cada uno de nosotros, a la mujer que nos dio el ser; que nos crió y nos amamantó cuando éramos pequeñitos. Es el llamado “ Día de la Madre” que sirve de ocasión y pretexto, para que los niños y las niñas le regalen algún obsequio a su mamá querida.Un obsequio amorosamente recibido por la citada mamá, que la mayoría de las veces – salvo el clásico y típico dibujito del colegio – es adquirido con el dinero de los padres ( incluido aquí, la propia destinataria del regalo).
Hoy 20 de febrero –y todos los 20 de febrero- desde 1979 acá, pienso de un modo especial y personal, con la que fue mi madre.
Ella también había venido al mundo, en otro mes de febrero de finales del siglo pasado (XIX), en una pequeña ciudad del noreste de Francia y en el seno de un modesto y honrado hogar mallorquín de nuestra sierra de Tramontana allí residente, siendo la mayor de su hermano y hermanas. Su nombre era el de una flor que a veces es de color blanco como la pureza que, ella, tanto veneraba e idolatraba y otras veces es roja como la pasión y la entrega que siempre sintió hacia los suyos.
Su primer apellido uno bien isleño como el segundo por cierto, que pueden buscarse en las dos primeras letras del abecedario y puede ser relacionado , en la primera de las hipótesis, algo que en la lengua de Ramón Llull, tiene semejanza con la dignidad o la condición de los obispos.
Mi madre – y perdonad que sea tan personalista en estos instantes – frecuentó la escuela laica francesa de comienzos de siglo (XX), una escuela estatal anticlerical, pero donde en aquel entonces se tenía en cuenta La moral tradicional y sus valores y los alumnos o alumnas aprendían urbanidad y buenos modales. En su casa recibió de mis abuelos, sus padres, una formación recta y cristiana, de acuerdo con las normas de la iglesia católica en la que la bautizaron, la que ella confesaba, siempre con orgullo y en la que rindió su último suspiro.
Casada a mediados de la tercera década del siglo actual (XX) y pocos meses de empezar nuestra guerra civil y pocos años de estallar la segunda guerra mundial en el santuario de Nuestra Señora de Lluc, patrona de Mallorca; ella y mi padre me transmitieron sus creencias religiosas y me inculcaron, como trascendentales y sagrados, los principios de Dios, Patria y Familia, así como la noción del Honor y la Dignidad.
Fue toda su vida, mi progenitora una mujer laboriosa y hogareña. Quienes la trataron en vida conservan de ella el recuerdo de una persona amablee intachable sin doblez alguna. ¡ Era una señora!
Y lo digo en el más sentido y respetuoso sentido de esta palabra, aunque no hubiese nacido en una casa de millonarios ni tan siquiera de aristócratas venidos a menos.
Le hubiese gustado ser maestra de escuela y ejerció en cierto modo como tal, enseñando a hablar y escribir en francés a muchos hombres y mujeres de un bello pueblo de Mallorca llamado Fornalutx que pueden dar testimonio de su pericia y de sus cualidades docentes.
Guardo de la Madre el más venerable y santo de los recuerdos. Antes de morir me dejó escritos unos consejos y recomendaciones que conservo como un testamento espiritual muy precioso: “ Que seas, ante todo, un buen y verdadero cristiano, observando los mandamientos de Dios y de la Iglesia que se resumen en dos. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”.Dieciséis años después de su bajada al sepulcro, le rindo este insignificante pero sincero homenaje filial. Homenaje que hago extensivo a todas las madres del mundo. A todas estas madres y mujeres de nuestra roqueta mallorquina a las que hoy, muchos estan mintiendo, engañando y pervirtiendo con teorías necrófilas y placeres execrables que, lejos de dar progreso a nuestra tierra, la están destruyendo.
Hoy 20 de febrero –y todos los 20 de febrero- desde 1979 acá, pienso de un modo especial y personal, con la que fue mi madre.
Ella también había venido al mundo, en otro mes de febrero de finales del siglo pasado (XIX), en una pequeña ciudad del noreste de Francia y en el seno de un modesto y honrado hogar mallorquín de nuestra sierra de Tramontana allí residente, siendo la mayor de su hermano y hermanas. Su nombre era el de una flor que a veces es de color blanco como la pureza que, ella, tanto veneraba e idolatraba y otras veces es roja como la pasión y la entrega que siempre sintió hacia los suyos.
Su primer apellido uno bien isleño como el segundo por cierto, que pueden buscarse en las dos primeras letras del abecedario y puede ser relacionado , en la primera de las hipótesis, algo que en la lengua de Ramón Llull, tiene semejanza con la dignidad o la condición de los obispos.
Mi madre – y perdonad que sea tan personalista en estos instantes – frecuentó la escuela laica francesa de comienzos de siglo (XX), una escuela estatal anticlerical, pero donde en aquel entonces se tenía en cuenta La moral tradicional y sus valores y los alumnos o alumnas aprendían urbanidad y buenos modales. En su casa recibió de mis abuelos, sus padres, una formación recta y cristiana, de acuerdo con las normas de la iglesia católica en la que la bautizaron, la que ella confesaba, siempre con orgullo y en la que rindió su último suspiro.
Casada a mediados de la tercera década del siglo actual (XX) y pocos meses de empezar nuestra guerra civil y pocos años de estallar la segunda guerra mundial en el santuario de Nuestra Señora de Lluc, patrona de Mallorca; ella y mi padre me transmitieron sus creencias religiosas y me inculcaron, como trascendentales y sagrados, los principios de Dios, Patria y Familia, así como la noción del Honor y la Dignidad.
Fue toda su vida, mi progenitora una mujer laboriosa y hogareña. Quienes la trataron en vida conservan de ella el recuerdo de una persona amablee intachable sin doblez alguna. ¡ Era una señora!
Y lo digo en el más sentido y respetuoso sentido de esta palabra, aunque no hubiese nacido en una casa de millonarios ni tan siquiera de aristócratas venidos a menos.
Le hubiese gustado ser maestra de escuela y ejerció en cierto modo como tal, enseñando a hablar y escribir en francés a muchos hombres y mujeres de un bello pueblo de Mallorca llamado Fornalutx que pueden dar testimonio de su pericia y de sus cualidades docentes.
Guardo de la Madre el más venerable y santo de los recuerdos. Antes de morir me dejó escritos unos consejos y recomendaciones que conservo como un testamento espiritual muy precioso: “ Que seas, ante todo, un buen y verdadero cristiano, observando los mandamientos de Dios y de la Iglesia que se resumen en dos. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”.Dieciséis años después de su bajada al sepulcro, le rindo este insignificante pero sincero homenaje filial. Homenaje que hago extensivo a todas las madres del mundo. A todas estas madres y mujeres de nuestra roqueta mallorquina a las que hoy, muchos estan mintiendo, engañando y pervirtiendo con teorías necrófilas y placeres execrables que, lejos de dar progreso a nuestra tierra, la están destruyendo.
Joan Antoni Estades de Moncaira i Bisbal
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